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“Esto no significa que el niño esté deshidratado, sino que su nivel no es el óptimo, y aunque no se aprecie a simple vista, sí afecta a algunas de sus funciones cognitivas, como ocurre también con los adultos”, explica Rosa Ortega, catedrática de Nutrición en la Facultad de Farmacia de la Universidad Complutense de Madrid.

Los hábitos de hidratación de los niños no siempre son fáciles de medir, al igual que tampoco lo es calibrar el rendimiento cognitivo donde influyen varios aspectos como la inteligencia abstracta, la motivación, la memoria o la atención.

Al igual que ocurre con el resto de los órganos, para el adecuado funcionamiento del cerebro es necesaria una correcta hidratación.

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Hidratación y actividad física

Un estudio de 2014, realizado por expertos de las universidades Complutense y Alfonso X el Sabio de Madrid sobre una muestra de 564 niños de 9 a 12 años, describe que según sus pautas de actividad el 77,7 por ciento eran poco activos, 18,8 por ciento activos y el 3,5 por ciento sedentarios.

En los tres casos, más del 90% por ciento consumían por debajo de la ingesta recomendada y sin apenas variaciones: 90% (sedentarios) 91.1% (actividad baja) 90.6% (actividad alta).

“Los niños no tienen un nivel óptimo de hidratación, sobre todo teniendo en cuenta que las fuentes proceden tanto de la bebida como de la comida ( en especial frutas y vegetales) y poniendo de relieve que no hay apenas diferencias entre los niños que realizan una actividad alta y los sedentarios”, explica Rosa Ortega.

Hidratación y función cognitiva

Otro estudio, en el que también participa la Universidad Complutense, igualmente de 2014, escogió a 97 escolares de 8-9 años con el objetivo de analizar la relación entre la ingesta de agua, el agua corporal total y la función cognitiva.

Durante tres días se realizó un registro de la ingesta total de agua procedente de bebida y comida, se hizo un control del agua corporal del niño (impedancia bioléctrica) y se realizó un test de atención para conocer el estado de la función cognitiva.

El primer resultado arrojó que el 80,4% de los participantes no cubrían los requerimientos aconsejados de agua con una ingesta media de 1.4 litros al día.

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Además, se comprobó que, a mayor agua corporal, mejores resultados se obtenían en velocidad de procesamiento y efectividad. Incluso se observó que si los niños bebían a media mañana esa efectividad se incrementaba más.

“No es suficiente que salgan de casa hidratados con el desayuno, los niños deben beber entre horas, durante el tiempo que pasan en el colegio, porque si no llegarán al final de la mañana con un estado de hidratación no óptimo”, indica la catedrática.

Y esto puede afectar a las habilidades cognitivas y los estados de ánimo ya que el impacto de la deshidratación es particularmente relevante en niños debido a su peor regulación de los fluidos ya que, por ejemplo, tienen más tolerancia al calor y capacidad de sudoración, tardan más en aclimatarse y tienen una tasa metabólica más alta durante la actividad física.

Además, muchas veces dependen de los cuidadores para tomar la bebida, tiene menos capacidad para expresar la sed y mayor riesgo de deshidratación voluntaria, unos factores que comparten con los ancianos, otro grupo de riesgo en cuanto a la hidratación.

En los adultos está comprobado científicamente que una deshidratación leve, del 1 al 2% del peso debido a falta de líquido, puede impedir capacidad de concentración y una deshidratación superior al 2% puede afectar a las habilidades de procesamiento y debilitar la memoria reciente.

Por esa razón, los expertos recomiendan beber en cualquier momento del día, no solo durante las comidas principales y abogan por facilitar el desarrollo de estrategias eficaces para promocionar la cultura de la ingesta de agua en las escuelas.

Fuente: efesalud.com